El amor nos hace sentir fuertes.
Porque el amor hace posible lo imposible. Sencillo, lo complejo. Un corazón
enamorado, un corazón lleno de amor no calcula el esfuerzo. Todo lo que tenga
que hacer por el amado no es un esfuerzo, es un regalo a ofrecer.
Al ser testigos de un amor así,
se nos dibuja una sonrisa en el rostro o brota espontáneamente, una lágrima de
emoción, como si el amor del otro desbordara en nosotros. Esos amores nos
contagian. Y nos estremecemos y regocijamos ante la belleza de un amor que no
mide, que entrega y se entrega en cada acto. Hasta incluso llegamos a añorar la
oportunidad y la manifestación de esos amores incondicionales que son capaces
de mover montañas.
No hablamos solamente de la
fuerza de un amor de pareja, hablamos de la del amor de una madre o de un padre que se queda en vela una y otra
noche cuidando a un hijo afiebrado. La fuerza del amor de un amiga/o que deja sus
diversiones si su amiga/o necesita un
abrazo o un oído abierto y atento. Incluso, hablamos de la fuerza del amor de
un maestro que no se da por vencido frente a un alumno que maneja otros tiempos
de aprendizaje, otros modos de aprender, otras situaciones existenciales y
busca el espacio, el recurso, el método para que pueda pasar el puente y llegar
a la otra orilla tan deseada. Podemos seguir dando ejemplos que ustedes viven y
conocen a diario, pero preferimos que lo hagan con nombre y apellido. Dando
gracias y valorando a cada héroe diario que lucha con la fuerza del amor de su
lado. Aprovechando también esta ocasión para pedir por ellos; para que no se
desanimen en sus esfuerzos, no siempre conscientes, por amar generosamente.
En estas escenas los
protagonistas pueden no tener fe. Pueden ser personas que desconocen o que no
reconocen a Dios, a su Santo Espíritu como fuente de su gran amor. Nosotros
sabemos que el Gran Desconocido está allí. Y que, si no estuviera, la fuerza de
ese amor perece con mayor rapidez o ante los primeros obstáculos. Sin la fuerza
renovadora del Espíritu Santo, nuestro
amor terrenal moriría.
Tenemos una gran ventaja. Jesús
nos promete quedarse con cada uno de nosotros, en el interior de nuestro ser a
través de su Santo Espíritu y desde allí renovar y fortalecer nuestro amor.
Aprovechemos este regalo y salgamos a movilizar al mundo, desde nuestro lugar,
con la Fuerza de su Amor. Cuando pasa el
amor, nada permanece igual. Cuando nos encontramos con el Amor de Dios no
podemos quedarnos quietos, todo se mueve dentro
y a nuestro alrededor. Genera una fuerza vital que nos da valentía, alegría, transparencia, naturalidad,
generosidad, humildad… nos hace más misericordiosos.
“Pidan y se les dará” nos dice
Jesús. Pidámosle, entonces, con confianza al Señor que en este Pentecostés,
“Contagiemos la Fuerza de tu Amor” a cada paso, en especial cuando estemos con los chicos de nuestras
parroquias, en nuestras familias y en nuestros colegios. Para que a su vez ellos contagien la fuerza
del amor de Dios que hace bellas todas las cosas.
Que el Señor nos conceda
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