Con la certeza que el cuidado y la
ternura de Dios Padre penetran delicadamente la existencia personal de cada
niño; que él está presente en todo el universo y en la más pequeña de sus
criaturas, nos seguimos animando a custodiar los signos de amor concretos de
Dios en la vida de nuestros niños para ayudarlos a crecer íntegramente en su
feliz amistad con Jesús.
Los niños son don y signo de la presencia de Dios en nuestro
mundo por su capacidad de aceptar con sencillez el mensaje evangélico; de hecho
Jesús los escogió con especial ternura (cf. Mt 19,14), y presentó su capacidad
de acoger el Evangelio como modelo para entrar en el Reino de Dios (cf. Mc
10,14).
Podemos contemplar en los niños la facilidad que tienen de
encontrarse cara a cara frente a la infinita belleza de Dios (cf. 1 Co 13,12) y leer con feliz admiración el misterio del
universo.
En tantas oportunidades tenemos la
gracia de ver que en diversos momentos de la vida cotidiana, nuestros niños
recurren a los signos del amor de Dios manifestados en la creación, ya sean
pequeños o grandes, y en esto, ellos son maestros…, una canción dirigida con
cariño a Dios Padre dándole gracias por todo lo creado, un dibujo realizado con
dedicación y gratitud sobre las maravillas de la creación, una mirada
sorprendida ante un bello paisaje, una sonrisa dirigida al Cielo en medio de
una sencilla alegría, un gesto de afecto concreto cuando alguien les dice que
Dios los quiere mucho y que por eso les regala todo lo que existe…, y así
podríamos seguir mencionando tantos gestos y signos del amor de Dios que están
presentes y operantes en la vida de los más pequeños.
¡Qué bueno y bello! Es poder partir de
esta capacidad de los niños, para ayudarlos también, a expresar el Don de la Fe
con gratitud y alabanza por todas las cosas creadas; enseñándoles a contemplar
en la belleza del universo la presencia de Dios, donde todo nos habla de él...,
despertando así la experiencia de sentirse íntimamente unidos con todo lo que
existe; con el sol, por quien Dios nos da el día y nos ilumina; con la luna y
las estrellas; el cielo, el aire, las nubes y con nuestra madre tierra, la cual
nos sostiene y gobierna y produce diversos frutos con coloridas flores y
hierbas.
Desde la experiencia de ser cuidados
por Dios, podemos alimentar en los más pequeños, el deseo de cuidar nuestra
casa común, compartiendo con ellos la alegría de orientar nuestra mirada y
corazón a Dios a través de lo visible, de lo que podemos apreciar con nuestros
sentidos, como lo hizo San Francisco de Asís porque reconocía en todo lo creado
su origen común, que es Dios.
Como nos dice el Papa Francisco al final de la Carta Encíclica LAUDATO SI’, sobre el cuidado de la casa común; “junto con
todas las criaturas, caminamos por esta tierra buscando a Dios, porque”[1], «si el
mundo tiene un principio y ha sido creado, busca al que lo ha creado, busca al
que le ha dado inicio, al que es su Creador»[2].
“Te alabamos, Padre, con todas tus
criaturas, que
salieron de tu mano poderosa.
Son tuyas, y están llenas de tu
presencia y de tu ternura.
Alabado seas”.
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