Es muy probable que al decir o leer contagianos, la primera relación sea con la enfermedad y por lo tanto con el alejamiento físico e incluso psíquico que esta situación produce en nosotros para evitar un mal determinado.
Pero,
como nuestro cardenal Mario Aurelio Poli les aclaró a los jóvenes hace unas semanas
atrás, podemos contagiarnos, por ejemplo, la alegría,. Generalicemos que
podemos contagiarnos del bien. De lo que es bueno. De lo que es bello. Y,
obviamente, es esta la relación elegida para este tiempo de Cuaresma- Pascua
que comenzamos a vivir.
Antes
de meternos en el subsidio los invito a pensar en las sensaciones positivas que
se producen al compartir unos minutos con alguien que tiene una risa contagiosa. O al compartir unos
segundos con aquellos que contagian
tranquilidad en su actuar o en sus palabras y consejos. Quizás, también,
momentos compartidos con personas que aún con poco o con nada contagian esperanza… Y recordemos que así
como solemos decir “no se puede dar, lo que no se posee”, tampoco podremos
contagiar lo que no tenemos o lo que nos falta.
Por
eso, y ante el pedido especial de nuestro Francisco para esta cuaresma, le
pedimos a Jesús, como paso en imprescindible en este itinerario anual “Jesús, contagianos tu amor” Porque no podemos compartir lo que no tenemos.
Solamente con el amor de Cristo ardiendo en nuestros corazones podremos mirar
con su mirada, construir, servir y
acariciar con sus manos sanadoras, asistir con pies urgentes a quienes lo
necesiten y pensar en planes, proyectos, ideas fecundas que devuelvan o les
recuerden la dignidad de hijos de Dios y de amigos de Jesús que todos los
hombres tenemos. “No los llamo servidores- nos dice el Señor-, los llamo
amigos”.
Puedo
tener el saber. Puedo tener el dinero o el poder pero “sin amor, no soy nada”.
Solo el amor nos guía al corazón de quienes tenemos al lado o, incluso a
aquellos que están en la vereda de enfrente. Solo el amor nos salva. Solo el
amor nos acerca al verdadero rostro de Dios.
Por
eso en estas semanas invitamos a todos los adultos que estamos llamados a
anunciar el mensaje de amor de Cristo, a hacer dos etapas del camino necesario
para que Jesús pueda darse a conocer, especialmente, a los niños y a sus
familias, con quienes compartimos semanalmente nuestra fe. Primeramente rezar,
mirar, rumiar, buscar y pedir la gracia del Señor de volver a contagiarnos de
SU amor. Y, en segundo lugar, poder contagiar a los chicos, y a los adultos que
los acompañan, la bondad del Amor de Dios para que quieran contagiarse ellos de
ese gran amor que se nos entrega.
Sabemos
que, la que proponemos, no es una tarea fácil. Pero también sabemos que
nosotros poco debemos hacer porque es el Señor quien nos ama primero y nos ama
incondicionalmente. Solamente abramos nuestro corazón y nuestras manos para ser
canales de su infinito amor.
Que el amor de Cristo Resucitado nos contagie a
todos, especialmente en esta Pascua, y reine en nuestros corazones. Que así
sea.
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