En la dulce y
confortadora alegría de seguir acompañando a nuestros niños en
su caminito espiritual, nos dejamos iluminar en esta ocasión por Santa Teresita de Lisieux , porque como
todos los Santos, ella es amiga de Jesús y nos ayuda a custodiar la feliz
amistad con él; Teresita en su manuscrito autobiográfico nos cuenta: “siendo
demasiado pequeña para asistir al mes de María, me quedaba en casa con Victoria
y hacía con ella mis devociones ante mi
pequeño altarcito de María, que arreglaba yo a mi manera. Era todo tan
pequeño –candelabros, floreros, un mantelito-, y dos cerillas que hacían de
velas, bastaban para alumbrarlo. En alguna que otra vez, Victoria me daba la sorpresa
de regalarme dos cabitos de vela, pero era raro”[1]…. Así
vemos cómo ella expresa su
amor a María con signos y gestos concretos.
Si tuviéramos la posibilidad de preguntarle a Santa Teresita
¿qué es lo que más te gusta de la Virgen? seguramente escucharíamos lo que
tantos niños conservan en su corazón y que son aquellos mismos a quienes
acompañamos… ¡que es hermosa!, ¡que me quiere mucho!, ¡que es mi mamá!, ¡que
quiere mucho a Jesús!... y así podríamos seguir dejando resonar en nuestro
corazón, tantas expresiones y experiencias de ternura y cercanía de María.
Estos son los tesoros que la Virgen regala a los más pequeños…, que sin duda
son semillas de santidad.
Somos conscientes que nuestros niños sienten la presencia de María
muy cercana, y cuando tienen una imagen o estampita de ella, les surge
espontáneamente mirarla con admiración, abrazarla con cariño y ternura o
tocarla con atención observando todos sus detalles…; o simplemente imitarla
juntando sus manitos para rezar con los ojos cerrados y el corazón orientado a
Dios. Con la espontaneidad característica de los más pequeños y con las
diversas maneras de expresar su amor, se aferran con total confianza al inmenso
cariño que la Virgen les tiene y que les recuerda permanentemente su propia
dignidad y condición de ser hijos amados.
¡Qué
hermoso! es poder acompañar y trasmitir a nuestros niños el amor y la confianza
en la Virgen María, que se expresan en signos de amor concretos, como lo hacía
Teresita preparando velitas, flores, un mantelito y un lugar especial que ella
llama “mi altarcito de María”; son signos de amor que en su cotidianeidad la
hicieron salir de sí misma para ir al encuentro de los hermanos llevando el
Tesoro que la Virgen le ayudó a descubrir: Jesús!
La Virgen María es la misionera que se
acerca a nosotros para acompañarnos por la vida, abriendo nuestro corazón a la
fe con su cariño materno y abriendo nuestro corazón a los hermanos para poder
compartir con todos la alegría de ser amigos de Jesús.
Queremos animarnos una vez
más, a salir de nosotros mismos y con una mirada atenta descubrir en lo
cotidiano tantos altarcitos que son
expresión de auténtica fe y profunda confianza en la caricia del consuelo maternal de la Virgen, que como a
San Juan Diego, nos sigue diciendo al oído: «No se turbe tu corazón […] ¿No
estoy yo aquí, que soy tu Madre?»[2].
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