“El Espíritu nos hace Misericordiosos”
Continuamos con nuestro
peregrinar este Año de la Misericordia que nos propone el Papa Francisco. Nos
acercamos a nuestra querida fiesta de Pentecostés, día que nace la Iglesia y
comienzo de su misión evangélica. Sabemos lo que pasó en ese día: estaban reunidos
los Apóstoles y los discípulos y discípulas del Señor Jesús, y en medio de
ellos estaba la Virgen María, como Madre de Dios y Madre de la Iglesia. En un
momento dado, cuando estaban haciendo oración, se escucha un fuerte viento, la
casa empieza a temblar, y unas lenguitas de fuego se posan sobre las cabezas de
los que estaban allí. Comenzaron a hablar en distintas lenguas y todos
glorificaban a Dios. Descendió sobre ellos el Espíritu Santo que Jesús les
había prometido: “Yo les enviaré lo que mi Padre les ha prometido. Permanezcan
en la ciudad, hasta que sean revestidos con la fuerza que viene de lo alto” (Lc
24, 49).
El Espíritu Santo es la tercera
persona de la Santísima Trinidad, es el lazo de amor divino que une a Dios
Padre y a Dios Hijo. Ese lazo de amor se extiende a cada uno de nosotros los
hijos e hijas de Dios, dándonos la fuerza para poder amar como Jesús nos ama.
Esa fuerza divina no nos hace todopoderosos, hombres o mujeres maravillas o
superhéroes. Esa fuerza nos hace misericordiosos como nuestro Padre Dios. Ante
toda fragilidad humana, dolor, pobreza, pecado, allí los cristianos tenemos la
fuerza de la misericordia.
La misericordia divina que el
Espíritu Santo nos trae viene acompañada de otros regalos: el sentirnos unidos
en familia y en la Iglesia, ese regalo se llama “comunión”. Nos da la capacidad
de ponernos en el lugar del otro sin juzgar ni condenar, ese regalo se llama
“compasión”. Nos anima en la debilidad, cuando tenemos ganas de dejar todo y no
creer más, ese regalo se llama “fortaleza”. Cuando alguien nos hiere o nos
agrede con insultos o amenazas, nos da el regalo del “perdón” y de la
“mansedumbre”. Cuando necesitamos comunicarnos con Dios y pedir o agradecer nos
regala la “oración”. Cuando las cosas feas del mundo nos entristecen y vemos
tantas caras largas y apagadas nos regala la “alegría”. El Espíritu Santo es
Dios por lo tanto sus regalos son infinitos y nunca se acabarán.
Vivamos esta fiesta de
Pentecostés con nuestros amigos y amigas, en nuestras comunidades. Sugerimos
que intentemos con los chicos y chicas de nuestra Arquidiócesis un Pentecostés
con Misericordia: que seamos los misioneritos misericordiosos y salgamos a
nuestros barrios. Podemos organizar la Vigilia con algún signo de misericordia:
visitando los geriátricos de la Parroquia (por grupos y con nuestros
catequistas y dirigentes), acomodando la ropa y los alimentos de Caritas,
repartiendo las estampas del Año Santo en algunas esquinas, haciendo algunos
carteles con las obras de misericordia corporales y espirituales y ponerlas en
algún lugar visible, hacer un rato de oración y pedir por los más pobres,
enfermos, huérfanos, presos, chicos que viven en la calle, etc.
Así como la misericordia de Dios
es creativa para auxiliar tantas necesidades de la humanidad, ayudemos a
nuestros niños a que sean creativos y “audaces” en la práctica de la
misericordia. El Papa Francisco no deja de darnos ejemplo de cercanía y compromiso, con sus palabras y
acciones, por los más desposeídos y abandonados de esta sociedad.
¡Feliz Pentecostés en el Año
Santo de la Misericordia!
Ernesto Giobando sj
Obispo Auxiliar de Buenos Aires
Vicaría de Niños
No hay comentarios.:
Publicar un comentario