Hemos comenzado el Sínodo
Arquidiocesano, un camino nuevo y antiguo en la Iglesia. Acercándonos a la
fiesta de Pentecostés queremos avanzar en este camino, escuchando la voz del
Espíritu y aprender a escucharnos entre nosotros.
A veces el Espíritu Santo viene
con ruido, otras veces en silencio. El día de Pentecostés, cuando los Apóstoles
y la Virgen María estaban reunidos en el Cenáculo, se escuchó un fuerte ruido,
un viento sacudió las paredes de la casa. Ese ruido era un signo de su
presencia, algo estaba pasando, algo iba a suceder. El Espíritu Santo se hizo
presente como lenguas de fuego y los que estaban reunidos empezaron a hablar en
diferentes lenguas, de tal manera que los extranjeros entendían lo que decían
los Apóstoles. Escucharon hablar de Dios en sus propias lenguas, el Espíritu Santo
hizo posible que se entendieran. Y a partir de ese día, los discípulos y
discípulas de Jesús, empezaron a misionar en diversas partes del mundo,
llevando con ellos el mejor tesoro: el Evangelio de Jesús, la Buena Noticia del
Reino de Dios.
Hay que aprender a escucharnos,
no es tarea fácil por la cantidad de ruidos que sentimos, externos e internos.
Vivimos en un mundo donde se habla mucho, escuchamos noticias todo el día, los
mensajitos de voz, la televisión prendida muchas horas, internet que hace posible
la comunicación, pero también la incomunicación, todo depende si somos capaces
de hacer silencio para darnos cuenta del efecto de tantas palabras y ruidos en
torno nuestro.
Escuchamos desde el seno de
nuestra madre, al nacer solemos hacer ruido con nuestro primer llanto,
empezamos a hablar muy despacito y ese largo aprendizaje del idioma viene
mezclado con cantidad de sonidos y medias palabras que sólo nuestros papás
entienden. Pensar que las primeras palabras que aprendemos son mamá y papá, y
el primer verbo que solemos conjugar en tiempo presente es el verbo amar.
Hay que aprender a escuchar, creo
que es una tarea de toda la vida. Hasta cuando nos volvemos sordos con el paso
del tiempo. Escuchar tiene diversos niveles: lo que hablan los demás, los
ruidos de la ciudad, la música que nos gusta, lo que no queremos escuchar y a
veces no queda otra. Una cosa es oír y otra muy distinta escuchar. Para
escuchar hay que darle lugar a la otra persona, ponerme en su lugar, entender
lo que está diciendo, no apurarme a contestar, dejar que termine de hablar, y
si no la entiendo preguntarle lo que quiere decir. No es tarea fácil, estamos
acostumbrados a hablar todos al mismo tiempo y solemos seguir hablando aunque
el otro no me escuche.
¿Cómo escuchar la voz del Espíritu
Santo? Lo primero: hay que hacer silencio, ya que la voz de Dios se trasmite
por el canal del silencio y es de difícil sintonía. La voz de Dios nos habla al
corazón y el corazón tiene oídos…¿lo sabían? Los oídos interiores, como los
ojos del alma, están dentro de nosotros y hay que alimentarlos para que nos
ayuden a descubrir las maravillas de Dios en su creación. El Espíritu Santo
habla a la comunidad reunida, de diversos modos y con diversas lenguas, podemos
entendernos y formar una comunidad cristiana donde todos tengamos nuestro
lugar.
Al acercarse la Vigilia de
Pentecostés y al celebrarla con nuestros niños pidamos la gracia de escuchar la
voz de Dios. Y aprendamos a escucharnos entre nosotros, sin imponer nuestro
modo de pensar y menos aún hacerlo con violencia verbal. Aprendamos a manejar
bien nuestra comunicación, de hecho siempre recordamos a las personas que saben
escuchar y que dicen palabras justas, sin imponer, con mucha paz. Y el
Evangelio debe comunicarse siempre, aprovechando las redes sociales, en
nuestros mensajitos también, dando buen ejemplo en lo que escribimos y en las
fotos y videos que compartimos. Un cristiano de verdad se juega por la verdad,
y por los valores que brotan del Corazón de Jesús. Y en este camino que
iniciamos juntos como Iglesia sinodal, la escucha tiene su lugar principal.
¡Feliz Pentecostés!
Mons. Ernesto Giobando sj
Obispo Auxiliar de Buenos Aires
Vicaría de Niños
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