Alabado seas mi Señor
«Laudato
si’, mi’ Signore» – «Alabado seas, mi Señor», cantaba san Francisco de Asís.
Este hermoso cántico nos recuerda que nuestra casa común es también como una
hermana, con la cual compartimos la existencia, y como una madre bella nos
acoge entre sus brazos: «Alabado seas, mi
Señor, por la hermana nuestra madre tierra, la cual nos sustenta, y gobierna y
produce diversos frutos con coloridas flores y hierba»[1](Laudato
si’ 1).
Nuestra casa común
clama por el daño que le provocamos a causa del uso irresponsable y del abuso
de los bienes que Dios ha puesto en ella. La violencia que hay en el corazón
humano, herido por el pecado, también se manifiesta en los síntomas de
enfermedad que advertimos en el suelo, en el agua, en el aire y en los seres
vivientes.
Entre los pobres más
abandonados y maltratados, está nuestra oprimida y devastada tierra, que «gime
y sufre dolores de parto» (Rm 8,22). Olvidamos que nosotros mismos somos
tierra (cf. Gn 2,7). (Cf. Laudato si’ 2).
Nada
de este mundo nos resulta indiferente por eso el Papa Francisco frente
al deterioro ambiental global, se dirige a cada persona que habita este planeta
para entrar en diálogo con todos acerca de nuestra casa común.
Al desarrollar la
encíclica el Papa acude a San Francisco como el ejemplo por excelencia del
cuidado de lo que es débil y de una ecología integral, vivida con alegría y
autenticidad. Es el santo patrono de todos los que estudian y trabajan en torno
a la ecología, amado también por muchos que no son cristianos. Él manifestó una
atención particular hacia la creación de Dios y hacia los más pobres y
abandonados. Amaba y era amado por su alegría, su entrega generosa, su corazón
universal. Era un místico y un peregrino que vivía con simplicidad y en una
maravillosa armonía con Dios, con los otros, con la naturaleza y consigo mismo.
En él se advierte hasta qué punto son inseparables la preocupación por la
naturaleza, la justicia con los pobres, el compromiso con la sociedad y la paz
interior. (Cf.
Laudato
si’ 9. 10).
Si nos acercamos a la
naturaleza y al ambiente sin la apertura al estupor y a la maravilla, si ya no
hablamos el lenguaje de la fraternidad y de la belleza en nuestra relación con
el mundo, nuestras actitudes serán las del dominador, del consumidor o del mero
explotador de recursos, incapaz de poner un límite a sus intereses inmediatos.
En cambio, si nos sentimos íntimamente unidos a todo lo que existe, la
sobriedad y el cuidado brotarán de modo espontáneo.
La pobreza y la
austeridad de san Francisco no eran un ascetismo meramente exterior, sino algo
más radical: una renuncia a convertir la realidad en mero objeto de uso y de
dominio. (Cf.
Laudato
si’ 11).
El mundo es algo más
que un problema a resolver, es un misterio gozoso que contemplamos con jubilosa
alabanza. (Cf.
Laudato
si’ 12).
El desafío urgente de
proteger nuestra casa común incluye la preocupación de unir a toda la familia
humana en la búsqueda de un desarrollo sostenible e integral, porque tenemos la
certeza que las cosas pueden cambiar.
El Papa Francisco nos
hace una invitación urgente a un nuevo diálogo sobre el modo como estamos
construyendo el futuro del planeta. Necesitamos una conversación que nos una
a todos, porque el desafío ambiental que vivimos, y sus raíces humanas, nos
interesan y nos impactan a todos. (Cf.
Laudato
si’ 14).
La
Carta encíclica LAUDATO SI’, que se agrega al
Magisterio social de la Iglesia, nos ayuda a reconocer la grandeza, la urgencia
y la hermosura del desafío que se nos presenta. (Cf.
Laudato
si’ 15).
No hay comentarios.:
Publicar un comentario