En la hermosa
misión de acompañar la espiritualidad de nuestros niños, nos dejamos recrear
una vez más por el Espíritu Santo, Espíritu de amor, Espíritu que nos viene a
iluminar el corazón e impulsar con la alegría de Jesús a vivir la fe en obras
de misericordia.
¡Qué bueno es
dejarnos contagiar! por la alegría del Espíritu Santo que Dios Padre ha derramado en nuestros corazones (Cf. Gal
4, 6); dejarnos mover por él, dejarnos encender la vida por el fuego de amor
que nos regala Jesús!
El fuego de amor
que Jesús nos regala, nos enciende el corazón y se manifiesta en dones
concretos…, dones que nos ayudan a crecer en la capacidad de un trato dulce,
alegre, simple, no forzado, amable en el recibir a los demás, nos ayuda a
hacernos compañeros de camino de los más pequeños con la caridad de los amigos
de Dios. El Espíritu nos da una mirada atenta que nos hace salir al encuentro
de aquel rostro que llama más fuerte a nuestra puerta, nos renueva la paciencia
de escuchar con el corazón a nuestros niños, nos quita el temor y nos enseña a
ver a Jesús, a reconocerlo en los rostros de los más pequeños, nos da
sentimientos de paz, nos anima y fortalece para la misión.
Cuando se trata
de dejarse encender el corazón por el Espíritu…¡los niños son maestros!, porque
cuando descubren el amor de Jesús, espontáneamente lo comunican y comparten con
quienes lo necesitan. Y con su creatividad tienen la capacidad de expresarlo de
diversas maneras que renuevan nuestra admiración. Se trata de una realidad
dinámica y en permanente desarrollo, donde el Espíritu Santo es el agente
principal y nosotros lo podemos custodiar.
Le pedimos al
Espíritu Santo que encienda en nosotros los dones que necesitan nuestros niños
hoy, y así ser misioneros de Jesús para que muchos descubran la alegría de
seguirlo y anunciarlo.
El Espíritu
Santo siempre nos hace Misericordiosos-Misioneros, la misericordia conlleva la
gracia de la misionariedad, del salir de sí para anunciar y compartir con otros la alegría de
ser amigos de Jesús.
Nos animamos a
alegrarnos por los dones del Espíritu Santo que brillan hoy en nuestros niños y
nos comprometemos a custodiarlos para que puedan iluminar cada vez más nuestra
dulce y confortadora tarea de avengelizar...
Nuestros niños
nos iluminan con el don de la alegría y la capacidad de festejar por lo simple
y hermoso que descubren de la vida de Jesús; nos iluminan con gestos de
gratuidad que son una caricia al corazón; con la necesidad de amar y ser
amados; con la sencillez de aceptar a los demás sin juzgar por las apariencias;
nos iluminan con la docilidad de dejarse sorprender por lo bueno y bello, por
animarse a sacar a la luz y sin temor lo que conocen de Jesús.
¡Cuánto bien nos
hace contemplar a los niños desde la mirada de la misericordia! porque nos
damos cuenta que, ante todo, Jesús con su Espíritu rescata en nosotros la
capacidad de hacernos cercanos a las realidades que viven los más pequeños para
poder así, cuidar y acariciar las fragilidades que nos fueron confiadas.
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