Llegamos a la mitad del año. Iniciamos el tramo final. Cuando uno llega a esta altura del trayecto es bueno mirar el origen para no perder el rumbo, para fortalecerlo y fortalecerse, para confirmar el deseo que late en nuestros corazones y que, a veces, no podemos explicarlo ni explicárnoslo.
Este año lo empezamos con el puntapié de nuestro pastor, nuestro Arzobispo Poli. Él nos invitó a dejarnos contagiar por el Amor del Señor y que fuéramos fuente de contagio para quienes nos rodean en nuestra querida Arquidiócesis de Buenos Aires. Ser foco de contagio de lo bueno, de lo verdadero, de lo bello… de lo que devuelve la dignidad a los seres humanos, chicos y grandes, y de lo que todos y cada uno necesitamos en esta vida. Todo ello proviene indudable y únicamente del Amor de un Dios generoso, cercano, atento y sobre todo amable y amoroso.
Así, en el tiempo de Cuaresma y Pascua rezamos y le pedimos al mismo Jesús que nos contagiara su Amor para poder, luego, unirnos en una misión: CONTAGIAR ESE AMOR. Pero, como lo hacemos en nuestra vida de fe, como el mismo Jesús nos aconseja diciéndonos que pidamos con insistencia redoblamos nuestro pedido a Dios. En la Fiesta de Pentecostés unimos nuestras voces, nuestras manos, nuestros corazones y nuestra oración pidiendo con confianza al Señor que contagiemos la fuerza de ese amor, en cada rincón y a tanta gente que lo necesita.
Por eso para este momento del año, para esta Peregrinación Mariana de niños invocamos a nuestra hermosa Madre del Cielo que llevó en su vientre al Amor. Que lo vio crecer, que con paciencia respetó sus tiempos y propició, como en Caná, otros momentos. Ella está alerta a las necesidades de sus hijos adoptivos, haciendo suya a toda la Iglesia de la Ciudad de Buenos Aires.
¿Quién, en este mundo, conoce más a Nuestro Señor que su mismísima Madre?
Sabemos también que su Hijo no se niega al pedido de su Madre.
Por eso es que le pedimos a María, que late con el corazón de Jesús, “Contagianos SU alegría”. Y así, como en aquella boda, que interceda una vez más por nosotros para que Él transforme lo cotidiano, lo que dejamos de saborear, en novedades del Amor de Dios, en Buenas Noticias para dar. Que logremos ser, entonces, símbolo de alegría en la celebración diaria de nuestras vidas.
Tenemos la dicha de estar, codo a codo, en nuestra tarea pastoral con la Alegría del Señor: los niños. Más cerca, imposible. Dejemos que ellos nos contagien esa alegría. Y que puedan contagiar en la marcha de esta peregrinación a todo el barrio, con sus sonrisas, su movimiento, sus palabras, sus colores, sus miradas, su capacidad de asombro y su disfrute. Estemos cada día, muy atentos cuidando con recelo a los “preferidos de Jesús” que nos son confiados para que no les arrebaten la infancia, la inocencia, la belleza de lo simple, esa maravillosa ALEGRÍA que les es natural.
Que María tome entre sus manos estos deseos y los que habitan en los corazones de ustedes para que nuestro Señor los reciba y nos conceda la Gracia que necesitamos. ¡Feliz Peregrinación!
No hay comentarios.:
Publicar un comentario