Es muy común en nuestra cultura decir a modo de aliento de
amor: TAL Y TAL UN SOLO CORAZÓN. Pero
sabemos también los que ya somos más grandes, que no es un deseo tan sencillo
de concretar. Ya que podemos llegar a tener los mismos conocimientos que
alguien, los mismos pensamientos, incluso las mismas experiencias en el tiempo
que decidimos comenzar a caminar juntos por la vida, como amigos, como parejas.
Pero que ante los mismos hechos no es tan sencillo tener las mismas
percepciones, los mismos sentimientos. Incluso cuando conocemos mucho a un
amigo, a un hijo, o a nuestro amor podemos reconocer de antemano cuál sería (o
es) su sentimiento frente a tal o cual situación, pero no necesariamente
sentimos lo mismo. Es muy difícil partir del mismo corazón. Es algo que se va
dando espontáneamente en el amor. El sentir con el corazón del otro y que el
otro sienta con el mío. Compadecer con el otro. En la pareja, en la amistad o
con los hijos y los padres. Porque al amar más, más nos adentramos en el otro.
Al dejarse amar, más abrimos nuestro corazón.
Jesús nos ama y se entrega totalmente a nosotros. Y nosotros
buscamos, muchas veces saber más sobre Él. Pero corremos el riesgo de olvidar
que el pedido que el mismo Dios nos hace a través de San Pablo es: “Tengan los mismos sentimientos de Cristo,
Jesús”. Busquemos, entonces, estar guardados en un rinconcito del corazón
de nuestro Buen Jesús para que, desde allí, podamos latir junto a Él. Tener su
mismo corazón. E inevitablemente, al tener su corazón tendremos su mirar
detallado e inclusivo, que ve las necesidades de quienes nos rodean. Tendremos
sus manos prontas al servicio, sus pies urgidos por llegar a aquellos
olvidados, solos, desprotegidos y nos acercaremos a sus realidades que claman
amor y atención. Tendremos los oídos atentos a los clamores. Tendremos su boca
con palabras positivas, constructoras de la paz y de la comunidad que abraza a
todos y a cada uno. Que dice la crítica que enriquece y al mismo tiempo valora
los esfuerzos de quienes hacen algo bajo el riesgo del error.
Simplemente, y plenamente, ser un solo corazón con Jesús nos
hará construir el mundo tal y como Dios mismo lo soñó. No es ambicioso o
idealista. Es real. Es la promesa que Cristo nos hizo y en la que creemos con
fe.
Así, sin proponérnoslo, desparramaremos el amor de Dios en
nuestras familias, en nuestros barrios, escuelas, parroquias… en el mundo
entero. Nuestro amor será contagioso. Porque el Amor de Dios, el Amor de
nuestro Jesús es contagioso. Y alcanza para todos, como su Pan de Vida.
Queridos agentes de pastoral, dirigentes, catequistas ojalá
vayamos por la vida y nos encontremos, y al mirarnos, podamos reconocernos
porque contagiamos el mismo amor, porque ¡CON JESÚS- vos, yo, nuestros chicos y
a quienes les llegue el Mensaje-, UN SOLO CORAZÓN! Nos alentamos con fe y
esperanza ¡CONTAGIALO!
Seguramente nos encontremos en la Misa Arquidiocesana
que este año se organiza en el Luna Park. Ojalá contagiemos a muchos más.
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