En la dulce y
confortadora alegría de seguir acompañando a nuestros niños en
su camino espiritual, nos dejamos iluminar el corazón en esta ocasión por la Sagrada Familia , la Familia de Jesús.
Cuando hablamos
de familia, resuenan en nuestro oído y corazón muchas voces sobre las familias,
imágenes de familias, diferentes situaciones que viven y vivimos
cotidianamente...; y cuando volvemos la mirada hacia la familia de Jesús, se renueva en nuestro
interior la alegría, la paz y la certeza esperanzadora de que la familia es ese
lugar sagrado, porque los niños crecen en ella. En ella pueden crecer y
fortalecerse no sólo nuestros niños, sino también ¡el mismo Niño Dios que quiso,
eligió y necesitó una familia para crecer!.
El Papa Francisco con la Exhortación Apostólica
Postsinodal “Amoris laetitia” (La alegría del amor), nos ayuda a considerar la importancia y la
belleza de poder acompañar a los más pequeños en su crecimiento, así como lo
hicieron María y José, para que Jesús creciera en estatura, sabiduría y gracia
delante de Dios y de los hombres.
Qué hermoso es contemplar a la Sagrada Familia ,
dejarnos mirar por ellos, por María, José y el niño Jesús y responderles a la
invitación de vivir el amor en familia, un amor que se contagia y se hace don
para el otro en lo cotidiano de cada hogar, el hogar que debe seguir siendo el lugar donde se enseñe a percibir las
razones y la hermosura de la fe, a rezar y a servir al prójimo. La fe es don de
Dios, recibido en el bautismo, y no es el resultado de una acción humana, pero
los padres y todos los que acompañamos a los niños somos
instrumentos de Dios para su maduración y desarrollo. Por eso «es
hermoso cuando las mamás enseñan a los hijos pequeños a mandar un beso a Jesús
o a la Virgen.
¡Cuánta ternura hay en ello! En ese momento el corazón de los niños se
convierte en espacio de oración»[1]. La transmisión de la fe supone que los
padres, los abuelos, los catequistas vivan la experiencia real de confiar en
Dios, de buscarlo, de necesitarlo, porque sólo de ese modo podemos hacer
propias las palabras del salmo: «una generación pondera tus obras a la otra, y
le cuenta tus hazañas» (Sal 144,4) y como
dice el profeta: «el padre enseña a sus hijos tu fidelidad» (Is 38,19).
Trasmitir
la fe y el modo de expresarla requiere tener el arte de adaptarse a cada niño,
porque los recursos aprendidos o las recetas a veces no funcionan. Los más
pequeños necesitan símbolos, gestos, narraciones. Si queremos acompañar la fe
de los niños tenemos que estar atentos a sus cambios, porque sabemos que la
experiencia espiritual no se impone sino que es una propuesta de amor.
Es
fundamental que los niños puedan ver de
una manera concreta que para nosotros la oración es realmente importante. Por
eso, como dice el Papa
en la Exhortación Apostólica Amoris
laetitia: “los momentos de oración en familia y las expresiones de la
piedad popular pueden tener mayor fuerza evangelizadora que todas las
catequesis y que todos los discursos”[2].
El ejercicio de transmitir a los niños la fe, en el sentido de facilitar su
expresión y crecimiento, nos ayuda a renovar permanente nuestra acción
evangelizadora.
La
espiritualidad de los más pequeños, por ser fruto del Evangelio encarnado,
renace siempre con una fuerza activamente evangelizadora que no podemos
menospreciar: sería desconocer la obra del Espíritu Santo. Más bien estamos
llamados a alentarla y fortalecerla. Las expresiones de fe en los niños tienen
mucho que enseñarnos, son un lugar teológico, lugar de la presencia de Dios…, al
que debemos prestar atención, particularmente a la hora de animar a nuestros
niños para que crezcan en la feliz amistad con Jesús y a llevar el mensaje de
amor a sus familias.
[1] Catequesis (26
agosto 2015): L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua
española, 28 de agosto de 2015, p. 12.
[2]
Francisco, Papa (19 de marzo de 2016). Amoris
laetitia. Ciudad del Vaticano, núm. 287. 288. 289.
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