Dijo Jesús: “Yo soy la Resurrección y la
Vida. El que crea en Mí aunque muera, vivirá y el que vive y cree en Mí, no
morirá para siempre. ¿Crees esto?” (Jn. 11, 25- 26)
Ante la muerte de un ser querido, Jesús puede
preguntarnos lo mismo que a Marta, “¿Crees esto?” Confiar en Él que venció a la
misma muerte. Poner toda nuestra esperanza en Su Palabra, “Yo soy la
Resurrección y la Vida…”
El Catecismo de la Iglesia Católica nos
recuerda que los que mueren en gracia y amistad de Dios pero no perfectamente
purificados, pasan después de su muerte por un proceso de purificación, para
obtener la completa hermosura de su alma.
La práctica de orar por los difuntos es sumamente
antigua. El libro 2º de los Macabeos en el Antiguo Testamento dice: "Mandó
Juan Macabeo ofrecer sacrificios por los muertos, para que quedaran libres de
sus pecados" (2Mac. 12, 46); y siguiendo esta tradición, la Iglesia desde
los primeros siglos ha tenido la costumbre de orar por los difuntos. Nosotros
podemos ofrecer obras de penitencia, oraciones, limosnas e indulgencias para
que los difuntos alcancen la salvación.
La Iglesia nos invita a recordar a los
difuntos el día 2 de noviembre de cada año. Ese día celebramos la esperanza de
una vida con Dios, plena de felicidad y para siempre muy cerquita de Él.
El Papa Francisco nos recuerda que “Rezar por
los difuntos es, sobre todo, un signo de reconocimiento por el testimonio que
nos han dejado y el bien que han hecho. Es un agradecimiento al Señor porque
nos los ha donado y por su amor y su amistad. …Oremos con esperanza cristiana
que estén con Dios en el paraíso, en la espera de encontrarnos juntos en ese
misterio de amor que no comprendemos, pero que sabemos que es verdad porque es
una promesa que Jesús ha hecho. Todos resucitaremos y todos permaneceremos por
siempre con Jesús, con Él…
La
comunión de los santos, de hecho, indica que todos estamos inmersos en la vida
de Dios y vivimos en su amor. Todos, vivos y difuntos, estamos en la comunión,
es decir, unidos todos, ¿no?, como una unión; unidos en la comunidad de cuantos
han recibido el Bautismo, y de aquellos que se han nutrido del Cuerpo de Cristo
y forman parte de la gran familia de Dios. Todos somos de la misma familia,
unidos. Y por esto rezamos los unos por los otros. (Catequesis, 30/11/2016).
Sugerimos
rezar con los niños por los difuntos. Es una obra de misericordia. Podemos
armar un altarcito en el salón donde habitualmente tienen el encuentro de
catequesis/ actividad parroquial o en el templo/ capilla. Conversemos con ellos
sobre sus realidades, cuáles son sus emociones al recordar a un ser querido que
ya murió. Seamos prudentes al escucharlos, seamos capaces de abrazarlos con el
silencio de nuestra escucha atenta.
Luego,
iluminamos esta realidad con la Palabra de Dios, Jn. 11, 25-26
Con
la esperanza puesta en Jesús porque creemos lo que nos dice, escribimos en unos
corazones de papel (puede ser uno solo, grande) los nombres de nuestros seres
queridos difuntos y tomados de la mano rezamos un Padre Nuestro, un Ave María y
un Gloria por ellos.
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