jueves, 24 de noviembre de 2016

Nuestro altarcito

Un Rincón Sagrado en Belén…

En la dulce y confortadora alegría de seguir acompañando a nuestros niños en su camino espiritual, nos dejamos iluminar el corazón en esta ocasión por la Sagrada Familia, la Familia de Jesús.
Cuando hablamos de familia, resuenan en nuestro oído y corazón muchas voces sobre las familias, imágenes de familias, diferentes situaciones que viven y vivimos cotidianamente...; y cuando volvemos la mirada hacia la  familia de Jesús, se renueva en nuestro interior la alegría, la paz y la certeza esperanzadora de que la familia es ese lugar sagrado, porque los niños crecen en ella. En ella pueden crecer y fortalecerse no sólo nuestros niños, sino también ¡el mismo Niño Dios que quiso, eligió y necesitó una familia para crecer!.

El Papa Francisco con la  Exhortación Apostólica Postsinodal “Amoris laetitia” (La alegría del amor),  nos ayuda a considerar la importancia y la belleza de poder acompañar a los más pequeños en su crecimiento, así como lo hicieron María y José, para que Jesús creciera en estatura, sabiduría y gracia delante de Dios y de los hombres.

Qué hermoso es contemplar a la Sagrada Familia, dejarnos mirar por ellos, por María, José y el niño Jesús y responderles a la invitación de vivir el amor en familia, un amor que se contagia y se hace don para el otro en lo cotidiano de cada hogar, el hogar que debe seguir siendo el lugar donde se enseñe a percibir las razones y la hermosura de la fe, a rezar y a servir al prójimo. La fe es don de Dios, recibido en el bautismo, y no es el resultado de una acción humana, pero los padres y todos los que acompañamos a los niños  somos  instrumentos de Dios para su maduración y desarrollo. Por eso «es hermoso cuando las mamás enseñan a los hijos pequeños a mandar un beso a Jesús o a la Virgen. ¡Cuánta ternura hay en ello! En ese momento el corazón de los niños se convierte en espacio de oración»[1]. La transmisión de la fe supone que los padres, los abuelos, los catequistas vivan la experiencia real de confiar en Dios, de buscarlo, de necesitarlo, porque sólo de ese modo podemos hacer propias las palabras del salmo: «una generación pondera tus obras a la otra, y le cuenta tus hazañas» (Sal 144,4) y como dice el profeta: «el padre enseña a sus hijos tu fidelidad» (Is 38,19).

Trasmitir la fe y el modo de expresarla requiere tener el arte de adaptarse a cada niño, porque los recursos aprendidos o las recetas a veces no funcionan. Los más pequeños necesitan símbolos, gestos, narraciones. Si queremos acompañar la fe de los niños tenemos que estar atentos a sus cambios, porque sabemos que la experiencia espiritual no se impone sino que es una propuesta de amor.
Es fundamental que los niños puedan  ver de una manera concreta que para nosotros la oración es realmente importante. Por eso, como dice el Papa en la Exhortación Apostólica Amoris laetitia: “los momentos de oración en familia y las expresiones de la piedad popular pueden tener mayor fuerza evangelizadora que todas las catequesis y que todos los discursos”[2]. El ejercicio de transmitir a los niños la fe, en el sentido de facilitar su expresión y crecimiento, nos ayuda a renovar permanente nuestra acción evangelizadora.

La espiritualidad de los más pequeños, por ser fruto del Evangelio encarnado, renace siempre con una fuerza activamente evangelizadora que no podemos menospreciar: sería desconocer la obra del Espíritu Santo. Más bien estamos llamados a alentarla y fortalecerla. Las expresiones de fe en los niños tienen mucho que enseñarnos, son un lugar teológico, lugar de la presencia de Dios…, al que debemos prestar atención, particularmente a la hora de animar a nuestros niños para que crezcan en la feliz amistad con Jesús y a llevar el mensaje de amor a sus familias.




[1] Catequesis (26 agosto 2015): L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española, 28 de agosto de 2015, p. 12.
[2] Francisco, Papa (19 de marzo de 2016). Amoris laetitia. Ciudad del Vaticano, núm. 287. 288. 289.

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