miércoles, 11 de marzo de 2015

Revista Semana Santa: Formación

En el transcurso de este año que comienza nos inspirará, de un modo especial, la Evangelii Gaudium. Por eso nos apoyaremos y desarrollaremos algunos puntos de esta hermosa exhortación apostólica de Francisco.
Seguramente ya la habrán leído, pero creemos que siempre puede aportarnos algo más otros recortes de lectura, y el enfoque  o motivación especifica, con el que nos acerquemos al documento.

Así nos sucedió cuando retomamos el texto para compartirlo con ustedes en este tiempo litúrgico. Encontramos:

“Hay cristianos cuya opción parece ser una Cuaresma sin Pascua” (EG.6) y el Papa nos aclara, luego, que él es consciente de que la alegría “se adapta y se transforma” (EG.6). Que “aún en medio de las peores angustias” (EG.6) que podemos atravesar sabemos que ese sentimiento de alegría “permanece como un brote de luz que nace de la certeza personal de ser infinitamente amado” (EG. 6).
Y este es un punto que puede servirnos para la reflexión personal y que, también, merece  ser guardado en el corazón, para rumiar y rezar estas palabras.

Compartimos con ustedes, entonces, algunas cuestiones que aparecieron y que continuamos descubriendo en las primeras páginas del documento:

           …“Porque con Jesús siempre nace y renace la alegría”… (EG. 1)

Si nos reencontramos – suponemos que ya tuvimos cada uno de nosotros un primer encuentro – con Jesús, podemos beber otra vez de “la fuente del rebosante corazón” del mismo Cristo, y  esa  alegría será mucho más que una información guardada en la mente y que va perdiendo la fuerza para mover el propio corazón e inquietar al de quienes nos rodean. ¿Quién no desea sentir y vivir semejante alegría de amor en su ser?

Cada uno de nuestros chicos, como toda persona, necesita ENCONTRARSE CON CRISTO. Encontrarse con la alegría de “saberse”, pero sobre todo, de sentir que ES INFINITAMENTE AMADO.

Pero puede suceder, que después de varios años de comunicar esta alegría, busquemos “excusas y reclamos” (EG.7). Es bastante común escuchar que… la vida se complica y que la alegría de amar y de ser amado por Jesús va perdiendo su brillo para quedar, poco a poco, en un segundo plano.

Suele decirse que en el problema mismo se encuentra la solución.

Analicemos qué es característica de la alegría -- como de la vida misma (agreguemos que también sucede los mismo con el amor) -- que se “acrecienta dándola y se debilita en el aislamiento y la comodidad” (EG.10). Entonces podemos decir que el verdadero problema es que las dificultades vayan cobrando un primer plano absoluto en nuestras vidas, sin Dios, sin Jesús, sin “una secreta pero firme confianza” (EG.6) en Él. Y sucede, entonces, que ya no sentimos la alegría del encuentro con la persona de Jesús porque ya lo alejamos. No invocamos ni evocamos y, ni siquiera la recordamos, en algunos casos, esa alegría; y dejamos que muera olvidada y sin alimento en un rincón del corazón.

Pero si, contrariamente, con esfuerzo espiritual de nuestra parte y con la Gracia de Dios que nunca debemos dejar de pedir, ante las adversidades diarias o temporales, hacemos “memoria del amor de Dios en nuestra vida”seguramente y aunque sea como un suspiro, diremos las palabras de nuestra Madre: “Mi espíritu se estremece de alegría en Dios, mi Salvador” (Lc 1, 41). Y, hasta esa misma experiencia de memoria de amor,  será comunicada por nuestra boca, por nuestras manos, por nuestros pies, por nuestros ojos…  incluso en ese tiempo de sembrar entre lágrimas.

“Los apóstoles jamás olvidaron el momento en que Jesús les tocó el corazón: “era alrededor de las cuatro de la tarde” (Jn 1, 39), (EG.13)”. No lo olvidemos nosotros. Jesús, su Gracia, su Amor, hacen el resto: “Él nos amó primero” (1 Jn 4, 19), (EG.12).
No hay “horizonte más bello” (EG.14) que  ese,  para vivir y  para mostrarles a nuestros chicos y a quienes se detengan unos segundos en nosotros. No hay “banquete más deseable” (EG.14).

Tenemos otra vez la oportunidad de este encuentro amoroso con Dios en el camino especial que la Cuaresma y la Pascua nos proponen.

Que nuestro corazón, el de cada uno de nosotros, pueda ser sensible, estar abierto, con sencillez para dejarnos encontrar y abrazar por el mismo Jesús.  Y si la aridez del momento que nos toca vivir no lo permitiera, busquemos y pidamos que nuestro corazón sea memorioso (que no es poca cosa).

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